Quizás en la víspera del año nuevo se le veía el engaño en la mirada, pero entre tanto degustaba de las uvas que en esa época gozaban de su amargura y el color amarillento que nunca se había percatado en las pieles gustativas de esos tiempos, pidió un deseo.
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De repente el aroma cambio a ese olor a tierra que hacía pocos días se había enhebrado en su cuerpo, pidiendo un auxilio fantasmal, para alejar los malos presagios. Cubierto de polvo o de nieve, partía hacia la orilla de aquel rio imaginario, en donde ahogaría sus penas con tanta sensibilidad, algo más que la de un niño.
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Pero el deseo no era carnal, no trataba los delirios tampoco del alma, ni se empecinaba en justificar las gotitas que ahora caían de los que cerrados yacían a la par sumergidos entre las olas que en segundos pudieron ser vistas claramente. Los veía de lejos, mas el grito de aquella dama mientras era penetrada por aquel violento animal, mitad hombre, mitad indescriptible, le rasgó el lado derecho del corazón, juntando fuerzas para continuar en la comedia del que promete, del que desea, sin llegar a consumar ni ver cumplido.
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Había tenido alucinaciones en el pasado, frotaba los labios con el jugo de la fruta y pensaba en ella, aquella criatura que de cuentos de hada traspasaba el material de su ropa con sus manos traslucidas, y penetraba en su interior, poseyéndole hasta el último de sus pensamientos, cubriendo de saliva aquella parte de su ser que endurecía al verla, ubicando el momento exacto para hacer lo que no atrevía pedir, su fantasía.
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No dejaba de odiarse por no poder controlarse, pues al posar su perfecta dama en esa parte aquella lengua, dejaba salir todo el flujo de lo más profundo de su existencia, nunca llegaba a seducirla, a postrarla en esa cama hecha de yerba mojada de sus sueños, pues al beber ella hasta la última gota de su casi inconsciencia, desaparecía la magia de aquel ente fantasmal que luego se desplegaba de lleno en cada gota de sangre que le brotaba de los poros.
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Ubicó un murmullo de insectos de otras épocas, enjambrados en plantas afrodisiacas y al mirar curiosamente pudo notar como estos practicaban sexo sin pudor, pensó en la naturaleza y los planes que la misma tenía guardados para él, disfruto de la brisa de aquella tarde ya anochecida y pensó en la agrura de la fruta que aun comía. De doce iba solo la primera, impresionante era mirar el sol aun destilar el aire con su calor, no olvidaba la noche que la conoció.
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Pensamientos iban y venían y entre tanto, prolongaba su orgasmo como señal de lealtad, el hechizo de aquel fugaz momento de placer, que daba a su vida el sentido perfecto. Curiosamente busco en el bolsillo izquierdo de su pantalón y aun tenía ese rizo de azabache, que había quedado de aquel último encuentro. Fue por astucia, quizás negligencia, cualquiera de estas supo fingirlo muy bien. Las tijeras las usaban solo para el roce de sus puntas en el cuerpo acalorado, aunque no podía negar las tantas veces que hubiese querido clavarlas entre sus piernas, aquel vello delicado y escaso que pudo acariciar solo con el dedo mayor de su mano derecha, según ordenes de la misma que dirigía más que sus brazos, toda su alma. Al final, sirvieron para lograr parte de sus propósitos.
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Y desde entonces cargaba de antemano aquellas hebras como mucho más que a su sombra, enrojecía ya el cielo y decidió degustar de aquel aroma que había quedado impregnada en su tesoro, no pudo evitarlo, empezó a tocarse...
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Al principio solo para calmar un poco las ansias, logrando un placer efímero, puesto que la cremallera obstaculizaba en parte su idilio. Miro hacia ambos lados y al ver que el resto del mundo agotaba las pocas uvas que se plantaban en la mesa de hojalata, y algunos otros decidían ya dormir la borrachera, puso fin a su calvario y se abandono por completo de aquel atuendo color negro desteñido dejando en libertad lo que ahora ya cambiaba de color y de tamaño.
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Fueron al principio movimientos suaves, pues el rostro aun de aquella diosa empañaba la enloquecida rabia de quererla y no tenerla. Luego acrecentó el ritmo que fue poco a poco alejándolo de aquel sucio mundo cuando de repente, se posa una mano fría, por encima de la que había encargado para el trabajo del placer, era la de una mujer, sus uñas estaban pintadas de un rojo que hacia descargar las pasiones y acelerar el corazón. Esta ya desnuda, lo sorprendió por detrás, sabía que lo estaba pues los calientes senos rozaban libremente por su espalda ya descubierta, además ya con perspicacia, agarro esta su mano izquierda y le indico el camino entre sus piernas.
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Era extraña la sensación, podía notar como el líquido corría por los muslos de la que aun no le conocía rostro, mas ya penetraba con dos de sus dedos. Podría jurar que la dama ya había sido poseída, mucha la calentura que salía de aquel orificio que ya moría por degustar. De repente sintió como ya no eran dos, sino cuatro las manos que acariciaban su vientre que empezaba ya a sudar, ahora seis, ocho… cada grupo de cinco dedos se encargaba de una parte diferente de su cuerpo, así como los que ataron la venda negra en sus ojos y aturdido pero luego acostumbrado dejo luego lo tendieran en el piso que irónicamente era de yerba mojada.
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Más de tres lenguas jugueteaban con su sexo, otras tantas ubicaban rincones en su cuello, el resto rozaban miles y miles de hebras de pelo alborotado, por lo que quedaba de piel. Algunas mas ásperas que otras, mas no importaba descendencia, ni trascendencia, solo quería penetrarla, a ella su diosa.
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Era curioso que luego de quizás horas de pura travesura sexual, aun no haya llegado a tal punto de ensuciar de blanco los rostros desconocidos que ahora acariciaban mas debajo de su miembro, entre sus piernas. Fue entonces cuando el grito conocido, ese que devoraba sus venas se clavo en el oído izquierdo y quiso incorporarse pero le fue imposible, esos gemidos de placer seguían, mas no era él, el causante de tanto goce.
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Con un esfuerzo inhumano, porque iba ya más allá de lo mortal, pudo encorvar su cuerpo y quito en segundos la venda que venía atada a su sien, solo para convencerse de lo que mas temía.
Volvió a su mente la imagen auto creada en su inconsciencia de aquel personaje mitológico que penetraba con fuerza a la mujer que desnuda luchaba por zafarse de su enredo sexual, mas esta vez pudo notar que le miraba, esa con ojos de luz y uñas pintadas de rojo, las mismas que habían rozado gran parte de su cuerpo, disfrutaba del placer que le provocaba la bestia, sumergida entre el calor y el orgasmo, pedía mas, y era complacida.
Volvió a su mente la imagen auto creada en su inconsciencia de aquel personaje mitológico que penetraba con fuerza a la mujer que desnuda luchaba por zafarse de su enredo sexual, mas esta vez pudo notar que le miraba, esa con ojos de luz y uñas pintadas de rojo, las mismas que habían rozado gran parte de su cuerpo, disfrutaba del placer que le provocaba la bestia, sumergida entre el calor y el orgasmo, pedía mas, y era complacida.
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Quiso ajustar sus ideas y se embarco hacia aquel animal horrendo de fantasías, tropezó de repente con aquella tijera encantada de entonces y le clavo sin compasión las puntas oxidadas en el lomo de aquello que ahora revolcaba de dolor sin antes mirarle fijamente a los ojos, esa que nunca olvida el asesino y convertirse en cenizas que nublaron lo que quedaba de luz en el horizonte.
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Con las manos ensangrentadas quedo mirando por un largo rato el suelo y las uvas desechas, para luego comprobar con ojos de mortal lo que había provocado: Hirió de muerte al que sin ganas ni rabia comía la última de sus uvas e irónicamente pedía el deseo de “vida eterna”, amen.
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Con las manos ensangrentadas quedo mirando por un largo rato el suelo y las uvas desechas, para luego comprobar con ojos de mortal lo que había provocado: Hirió de muerte al que sin ganas ni rabia comía la última de sus uvas e irónicamente pedía el deseo de “vida eterna”, amen.