Muchos habrán oído hablar del Feng-Shui y cómo según ordenas tu vivienda afecta en tu vida íntegramente, hoy me siento hija de tal sabiduría. No porque la lleve al pie de la letra, porque me falta mucho por cumplirle para estar en paz primero con ella, y luego con sus propósitos. Sin embargo hoy ha habido cambios.

Cambiar el orden de todo, excepto el mueble aquel que necesita de dos hombres (y fuertes!) para poder sacarlo de su letargo, fue mi propósito del día. Lo que me llevó a romper esquemas, como el de lavar mi pelo en sábado, cuando generalmente lo hago los domingos, sino el martes (No me pregunten porque). Y es que se celebra lo que merece ser galardonado.

Cuando varias ideas rondan en mi cabeza en una noche como esta, y el destino se encarga de hacerme comer las uñas por la ansiedad de un viaje futuro, aprovecho para recordar lo excelente que estuvieron mis dos talentos el pasado jueves en Casa de Teatro, la sonrisita del que todavía está dormido, el libro que solo quiere salir de su escondite y recostarse en mi cama, así como unas horas que pasan y preceden a una medianoche en la cual te disfrutaré.

Siento que aunque no haya un peso en el banco y la vida se empeñe en hacerme preguntar diez millones de veces en qué se me van los “cuartos”, la paz que vivo en mi interior, ya la venía necesitando.

Causa o no del Feng-Shui, o quizás de algunos besos escuchados a través de un celular en la distancia, o el recordar que un día como el de mañana te conocí en la zona en la que ahora andas, o pensar en el placer del agua fría que me espera en la nevera, son motivos que me recuerdan que vivir vale la pena.

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